sábado, 27 de diciembre de 2014

Kamikazes navideños

Siempre ocurre lo mismo. Antes de que podamos darnos cuenta, tenemos un año más las manos manchadas de Navidad. Sin duda, una época marcada en el calendario con tristeza o indiferencia por algunos y con alegría por la gran mayoría. Unas Fiestas en las que siempre cabe hacer el balance anual de los sueños cumplidos y también de los frustrados. En mi caso, las mejores Navidades de los últimos años, ligeramente empañadas en su inicio por la insatisfacción (que no decepción) de haber vivido in situ el gatillazo del miedo escénico sabinero. Pero tú tranquila. Volveremos a ver al Flaco en directo porque nos debe un Contigo, un Princesa y un Y sin embargo.

Reconozco que desde pequeño he vivido las Fiestas Navideñas con enorme ilusión. Uno recuerda con melancolía las Navidades en las que elaborábamos las cartas a los Reyes Magos como si nos fuera la vida en ello, nos concienciábamos de que había que dejar el suficiente agua para apaciguar la sed de los camellos y confiábamos en que un giratiempo como el de Hermione Granger pudiera permitirnos jugar con los regalos de Reyes más días, antes de empezar de nuevo el colegio.



Con los años, uno sigue teniendo regalos, pero comienza a apreciar estas Fiestas de otra manera. En primer lugar, es una época en la que yo personalmente no concibo otra manera que no sea de disfrutarla en familia, saboreando el magnífico regalo que te ofrece la vida al permitirte cumplir otro año en salud con los tuyos.


El emotivo anuncio de la Lotería navideña de este año tocó la fibra sensible del pueblo español. Sin embargo, la suerte siempre está echada y el Gordo sólo puede tocar a unos pocos. El grueso del país recibe con envidia sana cómo algunos afortunados exhiben su premio el 22 de diciembre anegados de champagne y proclaman a los cuatro vientos aquello de: "Este dinero viene genial para tapar agujeros". Eso sí, es reconfortante saber que al menos un día al año las noticias del telediario están marcadas por la felicidad y la esperanza y no por la corrupción y la crisis económica.


Además de los atracones familiares de Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo y Reyes, esta época es perfecta para devorar polvorones, roscón o, en mi caso, Suchard, en cualquier momento del día. Lo cierto es que si te paras a pensar un momento, tiene poco sentido preparar a conciencia correr la San Silvestre del 31 de diciembre, si en las dos semanas anteriores, destrozas el entrenamiento a base de comida y bebida. Algunos no aprendemos.



Si sobrevives a los mencionados atracones de comidas familiares, a la cena de empresa y a las múltiples cenas de amigos y de antiguos compañeros que siempre quieren reunirse y volver a casa por Navidad (como Fernando Torres), aún te tienen que quedar fuerzas para aguantar a los graciosillos de turno el día 28. No es por malmeter, pero cada año las famosas Inocentadas de los periódicos van perdiendo fuelle. Dónde quedarán aquellos ingeniosos que publicaron desternillantes bromas como el fichaje de Ana Obregón por Real Madrid TV por su relación con Davor Suker.

Al final, pasan los días tan rápido como preveíamos y nos acaba pillando el toro a todos en materia de regalos. Claro, te has pasado varios días de resaca tarareando El Tamborilero de Raphael y viendo en bucle clásicos navideños que jamás pasarán de moda: Solo en Casa, Solo en Casa 2, Family Man, Un padre en apuros y (nunca puede faltar) Love Actually.  Así que, cuando menos te lo esperas, estás metido en medio de la Gran Vía en un embrollo del que sólo se te ocurre salir de una manera: tomándote un chocolate con churros en San Ginés.


Finalmente (y por los pelos), el día 5 consigues acabar con todas las compras pendientes, no sin antes preguntarte por qué esa moda de apuntarte a tantos amigos invisibles. Y como colofón y premio a los deberes hechos, te das el capricho de disfrutar de la Cabalgata de Reyes como cuando eras un retoño.


Y es que las Fiestas Navideñas han de hacernos reflexionar. No sólo debemos sacar nuestra vena generosa en estos días, sino esforzarnos en ser mejor personas el resto del año. Debemos aplicar el Cuento de Navidad de Scrooge a nuestra sociedad actual y luchar porque las desigualdades sociales cada vez sean más pequeñas.

Más allá de lo material, es primordial reflexionar sobre las vicisitudes vitales de cada uno. A mí, llamadme un kamikaze navideño, pero puedo prometer y prometo que a mí hace nueve meses me tocó el Gordo. Y cada día me miro al espejo y estoy orgulloso de haber comprado un boleto de Lotería aquella noche de marzo, que cambió mi vida para siempre y me hizo afortunado para toda la eternidad.


Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo.


En 2015 seguiremos en la brecha si Dios quiere.

HAAF

sábado, 6 de diciembre de 2014

Gerónimo

- El amor es una mierda.
- El amor le da alas. Le hace volar. Yo ni lo llamo "amor". Lo llamo "Gerónimo".
- ¿Gerónimo?
- Sí, Gerónimo. Cuando uno se enamora, es capaz de saltar desde lo alto del Empire State sin preocuparse y gritar "Gerónimo" hasta llegar al suelo. Maravilloso.
- Sí, pero después, ¿morir? ¿Quedar aplastado ahí?
- Ya le estoy diciendo que el amor le da alas.


Este excelso diálogo de la película Conspiración entre Mel Gibson (que interpreta a un taxista) y un cliente ejemplifica de alguna manera la (bendita) locura en la que uno vive cuando está enamorado. A veces uno cree que subsiste en un cierto estado de esquizofrenia aguda, en el que el amor te domina hasta límites insospechados y eres esclavo de unos cambios de humor y parecer impropios de una persona coherente y cabal.

Afortunadamente, el tiempo (y Gerónimo) te enseñan a controlar tus impulsos en las relaciones sentimentales, a abortar esos celos puntuales que puntualmente te corroen por dentro, a ser mejor persona y a sentir admiración porque ella aguante tus enfados y manías injustificadas o locuras transitorias.

Gerónimo consigue que madrugues con el mejor de tus ánimos, que las rutinas sean menos pesadas, que beses con la mayor de tus pasiones y que ames con la intensidad de un chiquillo ingenuo e inocente. Con una ilusión desmedida.


Gerónimo te ayuda a cimentar las bases de una relación madura y sólida con el férreo muro de la confianza y a aprender a valorar cada una de las pequeñas idiosincrasias. El tiempo pasa volando y encontrar a tu compañera de viaje, quien consigue que encuentres el significado de Gerónimo, no es una presa fácil. Pero cuando ya la encuentras, tus días raros son menos raros.

Gerónimo provoca que un día te despiertes y pienses que irremediablamente ya no te encuentras en esa temporada de Friends en la que creías encontrarte. Los años pasan, las resacas pesan y las responsabilidades acechan. Sin duda, toca recibirlo con la mejor de tus sonrisas. Ahorro, boda, niños, hipoteca... De repente, tu entorno te martiriza con cosas en las que tu hasta el momento apenas habías reparado.

Por eso es importante saber elegir con quién te 'complicas' la vida. No siempre encuentras a tu verdadero Gerónimo a la primera, no siempre tienes suerte en la elección. A veces, crees jugar con una buena mano de cartas y pierdes. Pero hay que tener el valor de volver a apostar. Sin rendirse. Aunque lleves un lustro perdiendo y con tu memoria anegada de olvido.

Para mí, Gerónimo debe ser tu mejor confidente. Aquel con el que hables de tu Ocaso y pasado sin titubear y sin lágrimas, al calor de un Gin Tonic. Aquel al que abras tu corazón y le relates cómo te lo desmenuzaron y partieron. Aquel con el que una simple mirada de complicidad puede decirte mucho. Aquel con quien no tengas miedo de llorar desconsolado, compartir tus sueños y tus planes de futuro e incluso pelearte por el nombre que tendrían vuestros hipotéticos hijos.

Gerónimo no entiende de distancias, porque cuanto más lejos estés de esa persona, es cuando tienes que demostrarle que estás más cerca que nunca. Podrás estar a miles de kilómetros de distancia, pero nada te impedirá que ella note tu aliento en su cuello y se sienta protegida. Los que encontramos a nuestro Gerónimo y lo perdimos por un tiempo nos sentimos realmente afortunados por haberlo recuperado de nuevo. Porque a pesar de ser entonces un pequeño desastre, de que durante meses el orgullo venciera al corazón, mi cama seguía quejándose fría por su marcha. Y sin embargo...  seguía queriendo compartir mis frecuencias con ella.

Así que ahora, cada vez que me enfado o pongo el grito en el cielo, pienso en Gerónimo. Y me escudo en sabios consejos de Abuela, como darle siempre un beso de buenas noches aunque esté enfadado. Gerónimo también te enseña la importancia del respeto, la fidelidad mutua y el propio espacio de cada uno.

"Dejad que se pose la noche despacio y que el ruido de las sierras calle por un rato. Dejad que se abracen antes de que el maldito tiempo los trunque en pedazos". Lo habíamos tenido realmente cerca y nunca lo habíamos visto. Y antes de que se truncara en pedazos para siempre, improvisamos con la cabeza y el nudo en el estómago, pero con la certeza de que apostar con el corazón no debía ser en balde.

Hace poco más de un año, buscaba sin fortuna mi media langosta en noviembre. Echo la vista atrás y creo que cada uno de los bultos de nuestro equipaje lastró nuestro pasado por algún motivo. A veces me paro a pensarlo, suspiro un momento y esbozo una sonrisa. Y entonces comprendo muchas cosas, doy la importancia justa a la casualidad sobre la causalidad y siempre se me viene a la mente Cortázar y su Rayuela: "Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos".

Te prequise antes de lo que crees, te quiero ahora y te querré siempre, pero no dudes que te amaré mejor.

HAAF