martes, 24 de junio de 2014

Cuando éramos reyes

En un país como España, con 40 millones de seleccionadores de fútbol (Don Luis Aragonés dixit), la frontera que marca la alegría de la tristeza y el éxito del fracaso es más estrecha que la cintura de la novia de Fernando Alonso. Nos envalentonamos con las victorias, acompañándolas de un orgullo patrio al más puro estilo norteamericano. Pero languidecemos en las derrotas, presos de la pesadumbre, tratando de ocultar nuestro pánico bajo una coraza de argumentos radicales, sin sentido, contradictorios y, sobre todo, demagogos. Ahora bien, siempre gritando. Porque todo español de bien para reforzar cualquier idea y que nadie le quite la razón, utiliza un tono de voz que va in crescendo conforme aumentan las copas ingeridas y disminuyan los argumentos de peso.

A lo que iba. Que, como Umbral, yo venía a hablar de mi libro y me he ido por los cerros de Úbeda. El fútbol, de la mano de la selección española, es la manera perfecta de ejemplificar todo esto. Tras un éxito sin precedentes, como fue conquistar Eurocopa, Mundial y Eurocopa de manera consecutiva, España se presentaba en Brasil con una pose de favorito, que ni John Wayne, con su voz y sus andares míticos. Y claro, el batacazo ha sido tremendo. Nadie lo esperaba. Ni los más agoreros acertaron a vaticinar que España caería a las primeras de cambio en la fase de grupos. Y llegando sin opciones al tercer partido tras ser vapuleada en los dos primeros.

Los holandeses nos tenían ganas. Normal. En Sudáfrica tuvieron la tercera posibilidad de estampar la estrella de campeón en su pecho y un manchego de 1,70 con cara de no haber roto un plato en su vida acabó con sus ilusiones. Por eso nos machacaron sin compasión. Nos la tenían jurada. Mientras, Chile se tomó como algo personal el hecho de poder eliminar a España y hacer suyo el calificativo de la verdadera Roja, aunque sólo sea por un tiempo. Y de repente, España se quedó compuesto y sin Mundial, más melancólico que alguien canturreando en un karaoke 19 días y 500 noches. La porquería de un vestuario roto salió a flote y la pachanga de solteros contra casados ante Australia se convirtió en la pesadilla que nunca jamás pensamos que sucedería.

Los periodistas, ávidos de sangre y de buscar culpables, se tiraron a degüello a las primeras de cambio. El blanco era fácil: Xabi Alonso. El único capaz de sacar una pizca de dignidad reconociendo la falta de ambición en un ejercicio de autocrítica ejemplar. Pero el pueblo, que para lo que quiere sí es soberano, afiló el cuchillo entre los dientes y saltó en defensa del tolosarra. Y a continuación, brotaron más que nunca los seleccionadores que llevamos dentro. De los que hablaba Luis.

Afloraron múltiples y variados análisis, desde los más simplistas: "La culpa la tiene Del Bosque, que es un antimadridista y ha hecho una lista en plan Zapatero, para quedar bien y además contentar a sus vacas sagradas y amiguitos"; hasta los más profundos y sensatos: "No han ido los 23 jugadores que mejor en forma estaban y lo hemos pagado. A eso hay que unirle la falta de ambición y motivación y el desgaste físico. Las temporadas con los equipos son muy largos y los jugadores han llegado sin piernas"; pasando por los adivinos: "Esto se veía venir, ya lo decía yo", o los ansiosos por saldar cuentas pendientes: "Lo de que hayan ido Villa y Torres es de chiste. Y Casillas, que ya no es lo que era. Desde que está con la Carbonero, es el topor del Madrid y de la Selección".

Puede que todos tengan un poquito de razón. O ninguna. Pero lo cierto es que con un vestuario dividido, un seleccionador cuestionado y casi una decena de jugadores míticos en su Ocaso deportivo, el panorama a medio plazo en la Selección se antoja desolador. Sin duda, esta España de fútbol ha hecho llorar ahora a millones de niños españoles, ha provocado pérdidas millonarias para los medios de comunicación, ha estropeado porras mundialistas de amiguetes y, en definitiva, ha reabierto viejos fantasmas que creíamos olvidados. Las palabras "fracaso" y "ridículo" han vuelto a formar parte de nuestro diccionario. Y cuando a uno, en caliente, le recuerdan constantemente a todas horas lo grandes que hemos sido, que tenemos que estar agradecidos por tanto, que aquel equipo del tiki-taka será irrepetible, que el estilo es innegociable... en lugar de esbozar una sonrisa y dejar caer una lágrima de orgullo, uno se cabrea y dan ganas de bajarse de cualquier carro que invite al optimismo. Luego, en frío, uno lo analiza y piensa que los expertos analistas y los Periodistas tienen razón (¡uy lo que digo!). 

Porque los españoles, además de feos, fuertes y formales, somos muy temperamentales, orgullosos y cabezotas. Pero también sabemos ser sensatos, coherentes y razonables. Y a sentimentales y apasionados nos ganan pocos. Porque los niños que hoy lloran de pena por la debacle mundialista, en su adolescencia lo harán de alegría. Porque a esos mismos niños quizá haya que enseñarles la relativa importancia de las victorias para que sepan valorarlas en su justa medida. Porque los periódicos de hoy llenarán las basuras de mañana y pronto las crónicas hablarán de nuevo de nuestras gestas y éxitos. Porque muchos de nuestros abuelos no pudieron disfrutar y saborear en vida lo que es ganar un Mundial. Porque nuestros padres crecieron con los fallos de Cardeñosa, Salinas y Zubizarreta. Porque aunque se pierda una porra mundialista, siempre habrá una buena excusa para quedar con los amigos de toda la vida para charlar, brindar y reír. Porque de bien nacidos es ser agradecidos y aunque la gloria es efímera, el legado es eterno. Porque podremos contar a nuestros nietos dónde vimos el gol de Torres a Alemania, el gol de "todos" de Iniesta o los penaltis contra Italia o Portugal. Porque por mucho que pasen los años de largo en nuestra vida, el Informe Robinson del Mundial de Sudáfrica seguirá poniéndonos los pelos de punta. En definitiva, porque el campeón va a volver. Siempre tiene alguna razón para volver.

El deporte es saber ganar y saber perder. A buen seguro, las lágrimas de hoy nos servirán para hacernos más fuertes el día de mañana. Así aprenderemos a levantarnos de las dolorosas derrotas. Lamiéndonos las heridas y volviendo a trabajar por volver a luchar por los éxitos. Hemos caído noqueados sobre la lona del ring y estamos KO, pero nos levantaremos de ésta. Si algo hemos aprendido con este ciclo histórico de la edad de oro del deporte español es que España ya no es de los que se queda anclado en cuartos o tuerce el gesto recordando los mundiales pasados. Que nos quiten lo bailao. Pase lo que pase, siempre que nos toquemos el pecho o bajemos la mirada, encima de nuestro escudo brillará radiante nuestra estrella de campeones del mundo. Y entonces recordaremos cuando éramos reyes. No lo olviden, España ya es de los que mata a todos los hombres malos y al final se queda con la chica. Sólo tenemos que encontrar la chica adecuada para volver a ser a ser reyes. Porque ya somos eternos. Y tenemos corazón de campeones.

HAAF



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